
La vida cambia—tan suave como una brisa, o tan implacable como una tormenta, y en un abrir y cerrar de ojos, todo lo que creías seguro se vuelve frágil, efímero. En estos tres meses he visto cómo el mundo que conocía se desmoronaba—los trabajos perdidos, la estabilidad rota, y con ella, el futuro que con tanto esfuerzo habíamos construido. Es como si la vida hubiera detenido el tiempo solo para empujarnos hacia adelante, arrastrándonos sin aviso. Y ahora, hoy, dejo Puerto Rico después de siete semanas que se sienten como una eternidad y a la vez, demasiado breves. Siete semanas de amor, de reencuentros, de recordar qué es lo que realmente importa.
Pero no me voy entera. Dejo un pedazo de mi corazón aquí. CJ se queda, su salud lo ata a esta isla, mientras yo regreso a Austin, sin saber cuándo volveré a ver a mi familia. El pensamiento pesa en mi pecho. Sin embargo, en ese peso también hay una verdad silenciosa: nada es permanente. Pero el amor que compartimos, eso sí, se mantiene inquebrantable.
Extraño a mis niñas, Nyx y Luna, esperando por mí con su cariño incondicional. Cuando cruce el umbral de nuestro hogar, sé que estarán allí para disipar la tristeza que llevo conmigo ahora. Pero incluso su alegría no puede borrar la incertidumbre que se cierne sobre mí. ¿Nuestros próximos trabajos? ¿Dónde viviremos? Todo flota en el aire, suspendido en ese espacio extraño de no saber. Es inquietante, desconcertante, pero me sigo recordando que este caos también es necesario. El cambio, aunque parezca pérdida, es lo que abre espacio para el crecimiento.
Nada es lo mismo. Y me digo que no tiene que serlo. Nosotros también estamos cambiando. Lo siento, lo noto en mí misma. Una fuerza nueva, un despertar que desconocía. Ya sea que nos quedemos en Austin o regresemos a Puerto Rico, las piezas encontrarán su lugar. Lo creo profundamente. El universo no traiciona a quienes confían en sus tiempos. Nunca lo ha hecho, y no comenzará ahora.
Estar separada de CJ será difícil. Más que difícil—sentiré que me falta un pedazo del alma. Su ausencia resonará en los espacios vacíos, en esos momentos en los que mi mano lo busque y no lo encuentre. Pero en esa distancia, lo amaré aún más. La lejanía solo profundizará lo que compartimos, recordándome la fuerza con la que tira de mi corazón. Lo amo con una intensidad que no conoce principio ni final. Es un amor tan feroz, tan constante, que trasciende el tiempo y la distancia. Él es mi calma, mi tormenta, mi todo. Estas semanas aquí, juntos, me recordaron eso—cómo, a pesar del caos, siempre nos encontramos, eligiéndonos una y otra vez.
Aquí, bajo el cielo puertorriqueño, me enamoré de él de nuevo. Entre la historia y los recuerdos de quienes éramos antes de que el mundo intentara quebrarnos. Y por eso, estoy agradecida. Agradecida por el hombre que sostiene mi corazón, que me hace sentir en casa aun cuando todo lo demás se desmorona.
Agradezco las lecciones que no pedí, pero que necesitaba desesperadamente. Agradezco lo desconocido que se avecina, porque sé que nos llevará hacia donde debemos estar. Este espacio entre lo que fue y lo que será no es fácil, pero confío en él. Confío en nosotros. Y sé que pronto, todo tendrá sentido.
Así que, brindemos por la incertidumbre, por el cambio que parece que podría quebrarnos, pero que solo nos hace más fuertes. Brindemos por el amor que sobrevive la distancia, las dudas, las tormentas. Y brindemos por nosotros, por las aventuras que nos esperan más allá del horizonte, y por la fe de que estaremos donde debemos estar.
No importa dónde aterricemos—sea en Austin, en Puerto Rico, o en algún lugar que aún no podemos imaginar—estaremos bien. Porque nos tenemos, tenemos amor, y tenemos esperanza. Y con eso, lo tenemos todo.
A nosotros, al viaje que tenemos por delante y a todas las cosas hermosas que están por desplegarse. El universo no nos fallará.
Comments