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El llamado del hogar

  • Writer: Mariony Enid
    Mariony Enid
  • Jun 22
  • 3 min read

Hay días en los que, por más que la vida en la ciudad me absorba, no puedo evitar que mi mente divague y regrese a Puerto Rico. Es un viaje mental que realizo sin esfuerzo, como si una parte de mí siempre estuviera allá, esperando el momento oportuno para reaparecer. En esos instantes, el ruido constante de la urbe se desvanece, y en su lugar, escucho el suave murmullo del mar, el susurro del viento entre las palmas, y el inconfundible canto de los coquíes que me envuelve en una sensación de paz y familiaridad.


Recuerdo con una nitidez asombrosa las mañanas en casa de mis abuelos. Me levanto y lo primero que percibo es el aroma del café recién colado, llenando cada rincón de la casa con su fragancia robusta. Ese olor es como un abrazo cálido, una bienvenida al día que comienza. En la cocina, el pilón resuena con el sonido rítmico del ajo y el cilantro siendo aplastados para preparar el sofrito. Ese sonido es un eco que aún resuena en mi memoria, llevándome de vuelta a esos momentos en los que la vida era más sencilla, en los que el mundo, aunque pequeño, se sentía vasto en posibilidades y libre de preocupaciones.


En la ciudad, siento que he logrado mucho, pero no he construido una vida de la que me siento orgullosa. Mis más profundos pensamientos me traicionan, me hacen olvidar todo lo vivido, todo lo que me ha hecho crecer y ser la persona que soy. Pero he aprendido a navegar en un entorno distinto, a superar desafíos que nunca imaginé enfrentar, y a crecer como persona en formas que solo la distancia y la independencia permiten. Pero por más que me esfuerce, siempre hay una parte de mí que añora la isla. No solo como un lugar físico al que regresar, sino como un refugio emocional, un espacio donde mis raíces están plantadas profundamente, y donde cada rincón cuenta una historia que forma parte integral de mi ser.


A veces, en medio de una tarde agitada, cierro los ojos por un momento y me permito viajar de vuelta a Puerto Rico. Siento el sol caribeño calentando mi piel, escucho las risas de mis seres queridos en una tarde de domingo, rodeados de comida, música y amor. Es en esos momentos cuando me doy cuenta de que, por más lejos que me encuentre, siempre llevo a Puerto Rico dentro de mí. Es un sentimiento que no se desvanece con el tiempo ni con la distancia; es una parte de mí que permanece intacta, esperando el momento en que pueda volver a florecer.


Quiero volver. No porque sienta que he perdido algo aquí, en esta vida que he construido, sino porque sé que hay partes de mí que solo se encuentran allá, en esa isla que me vio nacer y crecer. Volver no es retroceder, es reconectar, es nutrir esa parte de mi alma que florece solo con el calor del hogar. Sé que en Puerto Rico encontraré la paz que he estado buscando, esa tranquilidad que solo el sonido del mar y la brisa cálida pueden ofrecer.


Puerto Rico, mi querido Puerto Rico, es más que un lugar en el mapa. Es mi brújula, mi ancla, y el rincón del mundo donde siempre seré bien recibida. No sé cuándo volveré, pero sé que lo haré, y cuando lo haga, encontraré en esa tierra todo lo que mi corazón ha estado buscando. Volveré para reconectarme con mis raíces, para recordar quién soy y para reencontrar la paz que solo mi hogar puede ofrecerme.

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