El hilo de la distancia

Hace diez años tomé la decisión de partir hacia un nuevo destino, cargando en mi maleta más que ropa y sueños. Me llevé conmigo el amor incondicional de mi familia, las risas de mis amigos, y el aroma inconfundible de mi tierra, Puerto Rico. Pero, en estos días, el peso de la distancia se siente más fuerte que nunca.

Austin ha sido mi hogar adoptivo, un lugar donde he encontrado oportunidades, amistades, y una nueva versión de mí misma. Pero, hay días en que el corazón se encoge, cuando el bullicio de las fiestas patronales, el sabor de un mofongo bien hecho, y las tardes calurosas en la playa se convierten en memorias que parecen de otro tiempo, de otra vida.

Extraño a mi familia, su cercanía, sus abrazos que curan todo. A veces me sorprendo deseando estar sentada en la cocina de mi abuela, escuchando sus historias mientras el aroma del bistec encebollado llena la casa. Extraño a mis amigos, esos que me conocen desde siempre, que entienden mis silencios y comparten mis locuras sin necesidad de explicación.

Extraño mi tierra, con sus montañas verdes, sus playas doradas, y su gente que, a pesar de las dificultades, siempre tiene una sonrisa y una palabra de aliento. Puerto Rico no es solo un lugar, es parte de mí, y la nostalgia se convierte en una constante compañera cuando la distancia se interpone entre lo que soy y lo que dejé atrás.

Vivir lejos no es fácil, y aunque me he adaptado, hay una parte de mí que siempre estará allá, en mi isla, con mi gente. Cada llamada, cada mensaje, cada video, son como hilos que me conectan con ellos, pero nada reemplaza la presencia física, el estar allí, compartir el mismo espacio, respirar el mismo aire.

No sé si algún día regresaré para quedarme, pero sé que siempre llevaré a mi país en el corazón. Y mientras tanto, sigo aquí, construyendo mi vida, echando raíces en esta tierra que me ha acogido, pero sin olvidar nunca de dónde vengo ni a quiénes llevo conmigo, aunque sea en la distancia.