El peso de lo que nunca fui

Las muchas máscaras

Las cadenas más pesadas no siempre son visibles. A veces, son las expectativas invisibles que la sociedad nos impone, aquellas que nos dicen quién deberíamos ser para sentirnos completas, valiosas, dignas de ser llamadas mujeres. Esas cadenas no son de metal, pero aprietan el alma como si lo fueran.

Crecimos con una imagen de la mujer perfecta: la que cocina, limpia, cría, la que cuida con manos suaves y sonrisa constante, la que se maquilla y sigue cada tendencia, la que tiene una familia como su propósito central. Nos enseñaron que ese era el camino. Nos lo repitieron tantas veces que, aun cuando elegimos otro, la sombra de esa narrativa nos persigue, susurrando que hemos fallado, que somos menos, que no somos suficientes.

Pero… ¿a quién le fallamos realmente? ¿A la versión de nosotras que nunca existió? ¿A una historia que nunca fue la nuestra?

Tienes un esposo que te ama en tu totalidad, que no espera de ti la imagen de un molde impuesto, sino que te recibe con los brazos abiertos tal como eres. Y aun así, el eco de lo que “debería ser” sigue doliendo. Porque la mente es cruel y nos castiga incluso cuando el corazón ya ha entendido la verdad.

Eres una mujer porque existes, porque piensas, porque amas, porque lloras, porque trabajas, porque sueñas, porque decides. Ser mujer no se trata de roles impuestos, ni de maquillajes, ni de saber sobre celebridades. No es un disfraz que debas ponerte todos los días. Es un fuego interno, un latido, una fuerza.

Eres quien eres. Y eso es más que suficiente.